La
importancia de Karl Polanyi, pensador económico revalorizado en la
actualidad, radica en que fue defensor de una vía intermedia entre
el socialismo y el capitalismo de libre mercado, vía que tal vez no
ha sido suficientemente explorada aún.
Polanyi
nació en una familia de intelectuales húngaros en 1886, y cursó
Filosofía y Derecho en la Universidad de Budapest. Participó en la
1ª GM y, tras el desmoronamiento del Imperio Austro-húngaro y el
establecimiento de la República Soviética de Hungría, huyó a
Viena, escapando del comunismo.
En
los años 20 realizó en Viena una crítica de la escuela austriaca
de economía, comenzando a interesarse por movimientos como el
fabianismo británico y el socialismo cristiano. Polanyi defendía
una economía colectivizada pero no centralizada, es decir, no en el
marco de un Estado totalitario, sino controlada por pequeñas
organizaciones de ámbito local.
En
1933 vuelve a huir, esta vez por el ascenso del nazismo en Austria
tras la victoria electoral de Hitler, y se instala en Londres.
Durante la 2ª GM estuvo en EE UU, trabajando en lo que sería su
gran obra: La Gran Transformación, publicada en 1944 y que
obtuvo buenas críticas de la comunidad académica. No obstante, el
pasado comunista de su mujer le acarreó problemas de todo tipo.
Hasta
su muerte en 1964, hubo de vivir entre EE UU y Canadá. Sus últimos
trabajos versaron sobre la economía de las civilizaciones antiguas,
investigaciones recopiladas en Comercio y mercado en los imperios
antiguos, de 1957.
LA
GRAN TRANSFORMACIÓN
La
obra magna de Polanyi tiene por objeto el estudio de los grandes
cambios económicos de los siglos XIX y XX. Para el autor, las
revoluciones liberal e industrial habían traído consigo la
destrucción del orden social previo, y estaban actuando contra el
propio ser humano y contra sus entornos naturales. El sistema
tradicional de trabajo, que proporcionaba cierta seguridad, se había
sustituido por un mercado de trabajo,
donde todos los factores de producción (tierra, dinero y trabajo) se
habían convertido en mercancías al servicio del capital.
En
este contexto, la nueva economía de mercado y los modernos
Estados-nación habían conformado lo que Polanyi llamó por primera
vez sociedad de mercado.
Y es que, para hacer posible el laissez faire, los liberales
necesitaban una separación entre lo político y lo económico. Por
eso, las revoluciones del siglo XIX no pueden contarse en términos
de «progreso»
o «modernización»,
sino como resultado de estas maniobras de la burguesía para eludir
sus vínculos con el Estado.
De
este modo, Polanyi considera que movimientos como el comunismo o el
fascismo no eran sino reacciones naturales ante la avalancha
liberalizadora que había acabado con los cimientos de la sociedad.
Su punto de vista es, por tanto, muy crítico con el liberalismo,
pero tampoco es marxista: defiende un capitalismo más social, una
economía planificada a nivel municipal que contrarreste los efectos
más negativos del laissez faire.
Grupo 1: Javier Santos, Juan Sainz de Robles, Juan Cuevas y Lorena Pacheco.
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